Me encanta la palabra «cutre» porque es imposible de traducir al inglés. Aunque «tacky», «cheap» o «mean» se acercan a algunos de sus usos, no tenemos un equivalente.
Durante mis vacaciones en Barcelona la semana pasada, tuve la ocasión de reflexionar sobre el concepto de «cutre» en el contexto de las traducciones y el copywriting. Me di cuenta de que cada vez que en algún bar o restaurante veo una carta mal traducida, en realidad me alegra. No solo porque «octopus to the holiday» (pulpo a feira) siempre me saca una carcajada, sino porque me indica que estoy en un lugar donde se come bien.
Mi teoría es que cuanto menos se preocupa un bar por crear una experiencia atractiva para los turistas, mejor se come. Si el local está lleno, a pesar de un interior de los setenta, camareros serios, muebles incómodos y una carta en inglés que no tiene sentido, denota que tiene una oferta tan buena que la reputación asegura un flujo constante de clientes lugareños.
En este contexto, me pregunto ¿qué sentido tiene contratar un copywriter o traductora? Es decir, si un cliente ofrece un producto de calidad y goza de una reputación excelente, ¿qué aportamos, exactamente? La verdad es que yo no optimizaría las ventas del querido Casa Manolo al ofrecerle una versión corregida de su carta en inglés (tampoco querría; soy de ese tipo de turista que prefiere guardar lo mejor para mí). Pero en Internet, por el contrario, la comodidad y la claridad tienen mucha más importancia. Los textos y el diseño son las únicas señales que podemos dar al usuario, que no tiene la presencia de otros clientes para animarle a entrar y pedir algo.