Como he mencionado antes, mi hermana acaba de abrir un negocio y, puesto que las dos tenemos experiencia en agencias de comunicación, siempre encontramos oportunidades de volver a aprender sobre marketing desde cero olvidándonos de las típicas métricas que utilizábamos antes (alcance, impresiones, cantidad de publicaciones positivas, etcétera) y centrarnos en lo que realmente repercute en el negocio.
El marketing de influencers es un ramo en que la obsesión con métricas de vanidad ha oscurecido el verdadero rendimiento de la actividad. Pero me alegro de ver –no solo porque tengo envidia de cualquier persona que haya conseguido lucrarse con su presencia en redes sociales– que se empieza a cuestionar con seriedad.
En primer lugar, Dave Trott, un londinense experto en publicidad, cuenta la historia de Arii, una Instagrammer con 2,6 millones de seguidores que tuvo que abandonar su proyecto de moda porque no llegó a vender ni 36 piezas entre todos los seguidores.
En segundo lugar, no he dejado de pensar en este artículo de QZ, en que se examina la diferencia entre el esfuerzo continuo exhibido en Instagram –donde los usuarios promocionan productos gratis para dar la impresión de que colaboran con una marca– con la cultura de los slackers [holgazanes] de los años noventa, lo que indica que está a punto de volver a estar de moda.
Parece que sí. La noticia de que un vendedor de helados de Los Ángeles, harto de recibir solicitudes de producto gratis a cambio de divulgación, decidió cobrar el doble a influencers, recibió tal ovación en las redes sociales que parece que la época de tirar el dinero por este canal de marketing sin mas reflexión que sobre el números de seguidores (que al fin y al cabo se pueden comprar) está llegando a su fin.